Este halo medio a pata coja parece sencillo, pero en cuanto lo haces te das cuenta de todo lo que despierta.
El pie trabaja para no perder el equilibrio, la pierna se activa, el abdomen sostiene y la columna corrige cada movimiento.
No estás quieto: el peso se mueve, tú te ajustas, respiras, buscas estabilidad sin dejar de moverte.
Eso es lo que hace que este ejercicio sea tan valioso: te obliga a sentir tu cuerpo de verdad, a estar atento, a responder en lugar de resistirte.
Es un ejercicio pequeño, pero con mucha información.
Cada vuelta de la kettlebell te muestra algo nuevo sobre tu equilibrio y tu control.