Día 30 – Pureza: el fruto del rompimiento| Mateo 5:8
Dios no se deja engañar por apariencias; Él realmente conoce nuestros corazones. La pureza de corazón no se trata solo de intenciones momentáneas, sino de una disposición constante que refleja nuestra mirada hacia Él. Muchas veces nos acercamos a Dios con un corazón sincero al pedir, confiando en su bondad y esperando su respuesta. Sin embargo, cuando la bendición llega, corremos el riesgo de administrarla con la mirada puesta en nosotros mismos y no en Dios. Ahí se revela la tensión: pedimos con fe, pero administramos con ego. El Espíritu Santo nos recuerda que la verdadera pureza de corazón se manifiesta en cómo usamos lo que Dios nos entrega. No basta con recibir; es necesario administrar con gratitud, obediencia y dependencia. Dios observa no solo nuestras súplicas, sino también nuestra fidelidad en el manejo de las bendiciones. Y es en esa fidelidad que Él se deleita en seguir confiándonos más. Ver a Dios —como promete Jesús en este pasaje— no es solo una visión futura en la eternidad, sino una experiencia presente: lo vemos en la manera en que su gracia se multiplica cuando administramos con un corazón limpio. La pureza abre los ojos espirituales, y la administración fiel abre las puertas a nuevas bendiciones.