Llegamos a esa época del año en la que todas empezamos a repasar qué pasó, qué logramos, qué nos quedó pendiente.
A mí me pasa que, cuando llega diciembre, más que pensar en listas perfectas, me surge una pregunta muy simple: ¿cómo viví este año mientras sostenía mi negocio?
Y ahí es donde empiezo a ver cosas que me sirven para planificar lo que viene.
No sé si es el ritmo al que va todo, el tema de la IA que avanza sin freno o simplemente una etapa personal, pero cada vez siento más la necesidad de elegir mis objetivos desde un lugar más íntimo, más conectado con lo que valoro. No solo desde lo que “hay que hacer”.
Cuando pienso en “año nuevo, vida nueva”, no lo veo como un cambio radical, sino como una oportunidad de ajustar la brújula. De reconocer qué funcionó y qué quiero sostener, y qué prefiero no cargar más en la mochila del año que viene.
Este año me encontré prestando mucha atención a eso: a cómo me sentí, a qué proyectos me dieron energía, a qué decisiones me agotaron aunque fueran necesarias.
Y a partir de esa observación, los objetivos que anoto se ven más claros, más honestos.
Siento que, en un mundo tan rápido, donde las plataformas cambian las reglas cada dos por tres, la planificación que de verdad me sostiene es la que nace de lo que me importa. Lo demás se vuelve ruido.
Y no lo digo como una fórmula mágica, sino como algo que fui notando en mí.
Cuando planifico desde la presión, termino dispersa.
Cuando lo hago desde lo que valoro, aparece un foco inesperado.
No digo que sea más fácil, pero sí lo siento más propio.
La tecnología me encanta, la uso todos los días, pero me doy cuenta de que no quiero que defina mis objetivos.
Prefiero que me acompañe una vez que los tengo claros. Y eso, para mí, cambia la conversación.
Cerrar el año así me ayuda a dejar espacio para lo que quiero que llegue.
No necesariamente más cosas, sino mejores elecciones.
Un ritmo más acorde a mí. Un negocio que acompañe la vida que quiero vivir, no al revés.
Este cambio de mirada me está haciendo entrar al próximo año con una sensación distinta.
Más calma, menos urgencia.
Más criterio, menos ruido.
Y con ganas de elegir objetivos que tengan sentido hoy, no los que supuestamente “funcionan”.
Si algo me llevo de este año, es esto: planificar no es llenar un cuaderno.
Es reconocer lo que querés conservar, lo que querés dejar atrás y lo que querés abrir. Y desde ahí, construir.
Así es como quiero empezar el próximo año.
Con claridad, con intención y con la libertad de elegir un camino que se parezca a mi vida… no al algoritmo.