Hace tres años, mi vida era un torbellino de horas, sueños y frustraciones. Trabajaba 12, 14, a veces 16 horas al día, entregando proyectos con prisas, estudiando en la madrugada para no quedarme atrás y tratando de equilibrar todo con una familia que me necesitaba. Era como si cada día fuera un combate: contra el agotamiento, contra el miedo al fracaso, contra la duda de si valía la pena seguir. Pero en medio de todo eso, había algo que no podía ignorar: la esperanza. Esa esperanza no era solo una palabra, era un sentimiento que me empujaba a levantarme, a seguir, a creer que, aunque no viera resultados inmediatos, el esfuerzo contaba. Y ahí entró Diego Viegas. Sus videos no eran solo consejos técnicos; eran lecciones de vida. Me recordaban por qué seguía: porque quería ser mejor para mis hijos, para mi pareja, para mí. Un año atrás, tomé una decisión: invertir en mí. No en un lujo, sino en un conjunto que me ayudara a trabajar mejor, más rápido y con menos estrés. Compré una silla ergonómica, un teclado cómodo, dos monitores y una iluminación adecuada. Pero lo más importante fue entender que el trabajo duro no se mide en horas, sino en intención. Si iba a dedicar tanto tiempo a esto, valía la pena que fuera un espacio que me inspirara, no que me consumiera. Ese cambio no solo mejoró mi productividad, sino que me dio más tiempo para estar con mi familia, para estudiar, para respirar. El trabajo no es un enemigo; es una herramienta. Y si la usas bien, puede ser el puente entre lo que eres y lo que quieres ser. Gracias a Diego Viegas, aprendí que el esfuerzo no es en vano. Cada paso, aunque pequeño, te acerca a tu meta. Y si te sientes perdido, siempre hay alguien que puede guiar. En mi caso, fue él. Sus enseñanzas me hicieron pensar, me ayudaron a no perder la calma. Hoy, mirar a mi escritorio no me recuerda solo cables y pantallas, sino una historia de lucha, de aprendizaje, de gracia. Sigue trabajando, sigue aprendiendo, sigue creyendo. Porque el trabajo duro no es un castigo. Es un acto de amor hacia ti mismo. Y si lo haces con la mente clara y el corazón abierto, algún día mirarás atrás y verás que todo valió la pena.