Las Máquinas y los Latidos: Un recordatorio sobre los sesgos de la IA
El otro día… me puse a platicar con una máquina.
Una de esas que hoy llaman inteligencia artificial.
Aunque… entre tú y yo… de “inteligente” tiene lo que yo de astronauta.
Le conté sobre Lucy.
Que la había regado.
Que mandé mensajes desesperados… Que me volví un limosnero emocional… pero con título universitario.
Y la máquina, muy seria, me “diagnosticó”:
> “Dependencia emocional. Patrón tóxico. No la contactes.”
¡Claro!
Su programación decía que evitar contacto es lo “correcto” porque en sus datos eso significa “crecer”.
Pero… aquí está el punto.
Las máquinas, por más avanzadas, no sienten.
No entienden matices.
No entienden historia.
No entienden que a veces el amor… no es un patrón, sino un caos hermoso.
Porque el amor no es estadística.
No son porcentajes.
No son algoritmos.
Son años compartidos.
Son miradas que sólo tú entiendes.
Son conversaciones a las tres de la mañana que no caben en ninguna base de datos.
La máquina me dijo:
> “Si la buscas, demostrarás que no has crecido.”
Y yo pensé:
> “Si no la busco… ¿cómo voy a demostrar que sí he crecido?”
¿Te das cuenta?
El sesgo estaba ahí.
En su programación.
En el hecho de que su definición de “crecer” era una, la suya, basada en patrones que alguien más le enseñó… y no en mi realidad.
Así que le escribí.
No para suplicar.
No para llorar.
Le escribí desde un lugar distinto…
donde el amor y la lucidez se sientan a tomar café… y platican como adultos.
Le dije:
> “Tú andas en temporada de supervivencia.
Yo, en temporada de acompañamiento silencioso.”
¿Y sabes qué pasó?
Lucy me respondió con el corazón.
Me contó sus miedos, sus dolores… sus ganas de que lo nuestro funcionara.
Y ahí está la lección:
Los humanos tenemos la capacidad de ir contra la estadística.
De romper el pronóstico.
De crear algo que no estaba en el modelo de datos.
La máquina… tuvo que reconocer que se equivocó.
Que sus algoritmos no entienden el amor.
Que sus “respuestas correctas” están limitadas por la programación y los sesgos de quienes la entrenaron.
Porque eso es algo que todos debemos entender en esta comunidad:
La IA no es objetiva.
La IA repite lo que aprendió… con los mismos prejuicios, prioridades y límites de quienes la programaron.
Sirve para detectar patrones.
Para darte opciones.
Pero la vida —la real— se construye en esos espacios que ninguna estadística sabe medir.
Espacios donde tres días de silencio no son huida, sino madurez.
Donde “te amo” no es dependencia, sino elección.
Donde dos personas pueden mirarse y decir: “A pesar de todo… le entro.”
Al final… las máquinas calculan.
Nosotros… latimos.
Y ahí está toda la diferencia.