Hace unos días, mientras caminaba sin prisa por la playa, me di cuenta de algo curioso.
No tenía nada “extraordinario” pasando en ese momento…
pero me sentía llena.
El sonido del mar.
La brisa fresca.
La luz jugando sobre las olas.
Todos mis sentidos al 100 y una salud abundante para disfrutar plenamente el momento.
Ese pequeño instante, tan común y tan perfecto, me hizo sentir abundante.
No por lo que tenía, sino por lo que estaba sintiendo.
No por lo que me faltaba, sino por lo que ya estaba ahí, acompañándome sin pedir nada a cambio.
Y entonces entendí que la abundancia no siempre llega como un gran logro, una cifra, un premio o una meta cumplida.
A veces llega como un suspiro que te recuerda que estás vivo.
Como una conversación que te abraza.
Como un lugar que te hace sentir en paz.
Como un momento que te dice: “esto también es riqueza”.
Desde ese día, trato de buscar esos pequeños instantes que me llenan…
porque ahí es donde empieza la verdadera abundancia.
Y tú, ¿cuándo te sientes abundantemente vivo?
Tu historia puede iluminar el día de alguien más.