Cuando miro atrás, mi recorrido profesional tiene un hilo claro:
cada etapa me ha llevado, sin saberlo, al lugar en el que hoy estoy.
Empecé muy joven, como matemática, en el mundo de los sistemas.
Japón apareció pronto en mi vida profesional, en una gran empresa donde aprendí disciplina, excelencia y rigor.
Fue una etapa de talento puro, donde lo que se me daba bien encontraba su sitio.
Después llegó el emprendimiento y la gran consultoría.
Años intensos, bien remunerados, estructurados.
Era la etapa de mi profesión, por lo que te pueden pagar.
Cómoda, sí, pero donde a veces aparece
ese vacío silencioso que emerge solo cuando todo se detiene.
Más tarde escuché otra llamada.
Mi apuesta más profunda: mi misión.
Cuidar a las personas dependientes.
Formarme, acompañar, estar presente.
Un trabajo lleno de sentido, aunque injustamente poco valorado.
Y hoy, en mi década de los 60, vivo un renacer que no esperaba.
He vuelto a Japón desde otro lugar:
no desde los sistemas, sino desde lo que el mundo necesita.
A través del agua.
Una pasión que hoy une ciencia, salud, experiencia y propósito.
El Agua Kangen® me ha llevado a un espacio donde todo encaja.
Ahora camino con ilusión y también con incertidumbre,
pero es una incertidumbre distinta:
con luz, con dirección, con calma.
Porque al final, más allá de modas y promesas,
la verdad es muy sencilla:
volver al origen.
El agua.
La vida.
Lo esencial.
Haber vivido cada fase de mi Ikigai
—talento, profesión, misión y pasión—
no me ha dado solo una carrera.
Me ha dado sentido, calma y plenitud.